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sábado, 3 de marzo de 2012

Tribus Urbanas VI: Hippies ¿Los Hijos De Las Flores? (2) por Cecilia Medo


Bien, continuamos entonces con este apasionante tema. Los hippies, puedes amarlo u odiarlos –para mí, fue siempre más dable lo segundo-, pero no puedes ser indiferente a ellos. Imagino que eso sentían los adultos conservadores durante la segunda mitad de los sesentas, perplejos ante la invasión de chicos greñudos y nenas con coronas de flores en la cabeza, andando por parques, plazas y calles, -a veces medio desnudos…- Qué tal shock. Hasta antes de eso, lo peor que habían visto eran la casacas de cuero de James Dean o Marlon Brando; eso había sido lo más trasgresor. Compadezco de corazón a esa generación de padres y abuelos; no debe haber sido fácil. En fin; hemos encontrado muchos puntos desfavorables en la ideología y modo de vida del hippie típico, pero también varias cosas positivas que hemos resaltado, en un máximo –y loable- intento por ser objetivos. Precisamente vamos a continuar con esta evaluación, intentando profundizar en los tópicos que creemos son más interesantes.

 
                                             Ilustración: Jaime Higa

El Viaje como experiencia: La ruta hippie

Los jóvenes empezaron a viajar como nunca antes lo habían hecho, y esta es una de las innovaciones más interesantes que la subcultura hippie trajo a la vida de la gente común y corriente. El viaje como rito de pasaje. Mejor aún si se viaja a tierras exóticas y extrañas. Los hippies y sus semejantes partían desde Europa hacia la India, Pakistán y Nepal, Katmandú, Bangkok, Goa y etc. Atraídos por el oleaje del misticismo oriental, esos países se convirtieron en tierras prometidas, allí llegaban miles de jóvenes en búsqueda de una experiencia trascendental -de carácter espiritual-. Estos viajes eran auténticas travesías, a veces  muy largas y trabajosas. Por lo general, los viajeros no tenían ni un cobre, así que el auto-stop que se puso de moda se debía más que nada a la necesidad de viajar gratis. Como esto no siempre era posible, existía la alternativa de recorrer cientos o miles de kilómetros en tren o bus, por ejemplo, desde Europa del este se podía atravesar Turquía, y desde allí, abordar un ferry hacia Teherán. Muchos hippies americanos llegaban a Londres o Ámsterdam y desde allí iniciaban estos largos periplos. Es así que nace el mochilero, el arte de mochilear; esta forma de viaje se haría muy popular en América Latina, primero, recibimos a los "gringos hippies" que venían a recorrer estas tierras “mochileando”, que luego copiamos, contribuyendo con nuestras propias versiones de mochileros, deseosos de recorrer sudamérica con tan sólo cuatro trapos en una mochila cargada en las espaldas y dos centavos. Y estos viajes dieron lugar a una nueva forma de hacer turismo, y a nuevos cronistas de viaje. Guías alternativas para recorrer diversos lugares de atractivo empezaron a ser publicadas partiendo de estas experiencias. Recomendamos leer: MacLean, Rory (2008), Magic Bus: On the Hippie Trail from Istanbul to India, London, New York: Penguin Books, Ig Publishing .


Rock Festivals: ¿Paz, amor y música?

También habíamos comentado la importancia que los festivales de rock alcanzaron promovidos por esta subcultura. Presentamos una lista de los más importantes que se dieron exclusivamente durante los 60:
((New Orleans Pop Festival)) (1969)
Bath Festival (1969) 


No, no fueron pocos, los 60 fueron una década signada también por los festivales, que se convirtieron en acontecimientos socio-culturales y musicales. Nuevas formas de expresión de la cultura juvenil. Tendrían que llegar los 80 para asociar el concepto de caridad o ayuda solidaria a los festivales de rock y pop. De ese listado, los legendarios son apenas tres; Monterey pop, Woodstock festival y Altamont Free festival.
Y de esos tres, sería Woodstock el más famoso. Tuvo lugar en los terrenos de la familia Yasgur, en las afueras del estado de New York, se llevó a cabo una jornada de tres días que se suponían de “paz, amor y música”, sin embargo, estos  beatíficos días dejaron un saldo de tres fallecidos por sobredosis de heroína, más un muerto por ruptura del apéndice y otro más, que murió aplastado por un tractor. Pero no hay que ser mezquinos: nos legó varias presentaciones de antología. Por ejemplo, a Jimi Hendrix, que se pasó al mundo entero por donde quiso, y se erigió en el “dios negro de la guitarra eléctrica”. Cuando Jimi interpretó su versión del himno de los EE.UU “The Star-spangled Banner” -y lo recuerdo porque de chica ví una proyección de Woodstock en un cine club de la ciudad-, hasta a mí se me erizaron los vellos de los brazos. Entonces, Woodstock nos dio cosas lamentables, como el consumo masivo e indiscriminado de drogas con sus fatales consecuencias, ello sumado a la proverbial “estupidez” del hippie promedio; pero también nos dejó documentos fílmicos y sonoros como este, que acabo de relatar. Además, estuvo casi todo el mundo en Woodstock: Joan Baez, Joe Cocker, The Who, Sly and the family Stone, Neil Young, Sha-na-na, Crosby, Stills, Nash & Young, Ten years after, Country Joe & The Fish, Jefferson Airplane, Janis Joplin, Creedence Clearwater Revival, Grateful Dead, Santana, Richie Havens, Ravi Shankar, Blood, Sweat & Tears y muchos otros. Ironías a un lado, Woodstock sintetiza lo mejor y lo peor de los festivales de rock. Se hizo una versión edulcorada y descafeinada a mediados de los 90, que no vale la pena reseñar. El festival de música al aire libre nació gracias a los hippies, al César lo que es del César.


La experiencia Psicodélica:
Según wikipedia, la palabra psicodélico fue inventada por el psicólogo británico Humphrey Osmond y significa "que manifiesta el alma". Y es cierto. Si bien esta concepción del arte visual, que se trasladó a la música, no fue creada por los hippies, se popularizó ciertamente gracias a la adhesión de ellos a esta manifestación artística. La psicodelia se inició en algún momento en los años 50, pero fue de la mano de los Beatles -de la época de “Lucy in the sky with diamonds”- que el término se hizo ampliamente conocido y utilizado. La psicodelia siempre estará asociada al movimiento hippie, en gran parte debido al uso de drogas para expandir la conciencia, pasatiempo al que estos eran tan afectos; el arte underground intentó plasmar en formas y sonidos tales experiencias, en las que la realidad -tal como la conocemos- se distorsionaba. Formas extrañas, colores improbables, sonidos de otra dimensión. Y ocurrió que “la experiencia psicodélica” fue mal comprendida y convertida en sinónimo de éxtasis por ingesta de sustancias psico activas. Una lástima, pero quizás con esto sale una vez más a la luz el mayor problema de los hippies: ¡se drogaban demasiado!
Creo, sinceramente y desde el fondo de mi alma, que es preciso estar lúcidos para lograr incluso que una utopía deje de serlo. Creo en la lucidez para lograr desde una meta personal y egoísta, hasta una causa global y altruista. Y creo que los hippies se reventaron a causa de las drogas. Cómo podían ser respetables uno sujetos que aunque tenían buenas intenciones, vivían la mayor parte del tiempo dopados, o en “pleno viaje”. Imposible. La utopía hippie la destruyeron ellos mismos, y le sirvieron en bandeja al sistema  el estereotipo del joven irresponsable y hedonista, que sólo piensa en divertirse. El hippie no experimentó con las drogas de una manera controlada y con una finalidad específica, sino todo lo contrario. Y eso siempre me ha resultado insoportable de los autodenominados “hijos de las flores”.
Creo que con estos acápites hemos desarrollado bastante el tema de esta subcultura, con sus luces y sombras. Pienso que lograron varias contribuciones importantes, y sobre todo, debo resaltar algo: creían en algo, tenían ideales, se rebelaron contra lo peor de un sistema. Esto último me parece lo más valioso. Quizá sea esto lo que deberíamos rescatar: esa capacidad de creer en algo más allá de nosotros, más allá de nuestro propio bienestar. Un sano idealismo que se ajuste a estos tiempos difíciles. Un retorno a una cierta inocencia… ¿Estaremos a tiempo?





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