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jueves, 5 de julio de 2012

Maurizio Cattelan



Hay quien podría decir que las obras de Maurizio Cattelan no son más que bromas, pero más bien se trata de caricaturas políticas. Todas sus piezas son imágenes representativas y provocadoras con un giro humorístico y oscuro: el papa alcanzado por un meteorito, un Hitler arrodillado e implorante, un caballo con la cabeza empotrada en un muro. Pero el impacto de sus travesuras no se disipa tras percibir el chiste: cuando ves a JFK tendido descalzo en su ataúd, o a una ardilla suicida desplomada sobre una mesa de cocina en miniatura, la impresión permanece mucho después del impulso inicial de romper a reír. Cattelan provoca la reacción pública principalmente mediante la ridiculización de la autoridad: los políticos, la iglesia, la fuerza policial, el mundo del arte.


Sus gestos desobedientes han provocado no pocas controversias: su reciente visión de una crucifixión femenina instalada en una sinagoga en Pulheim, Alemania (2008), suscitó un debate público. Cattelan carece de estudio y en su obra no se ve el menos rastro de su mano (aunque su rostro si aparece en ocasiones, con frecuencia en forma de caricatura). Asegura que pasa la mayor parte del tiempo al teléfono. Trabaja a partir de una única idea y emplea a distintos proveedores para crear animales disecados y figuras de cera de extremada verosimilitud. Disfruta con su papel de misterioso productor tras la obra, de ladrón que se cuela en la galería sin que nadie se percate, de anfitrión que se escapa de su propia fiesta. Aunque con frecuencia se le ha tachado de bufón de la corte, no es el propio Cattelan quien entretiene a las masas: él es un artista del escapismo que organiza un espectáculo a nuestro alrededor para después huir de la escena.


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