Viviendo la posteridad


Ya estamos instalados en la posteridad. En cada pequeño acto de nuestra vida cotidiana, está la intención de dejar una pequeña huella, una marca. Por ejemplo, en el mensaje que dejamos en nuestra red social favorita, ese que todos leerán si nos morimos antes de desactivar la cuenta; en las fotos de la última fiesta o reunión, que colgamos presurosos y exhibicionistas. O en los blogs que llenamos con nuestras obsesiones preferidas.

Vivimos para una imaginaria posteridad, cuando menos podemos jugar a que esta existe, y tomar la delantera eternizándonos en mensajes, ideas y opiniones.

Por eso invitamos a quien lo desee, a dejar una huella en este espacio.


miércoles, 18 de enero de 2012

¿El Diario de Caperucita Roja?

Cecilia Medo.



Mihail Petrea, literato y lingüista rumano, no olvidó durante los años que pasó fuera de su país, mientras cursaba estudios en la prestigiosa Universidad de Oxford, Inglaterra, los oscuros relatos de aquella muchacha vestida de rojo, que un día desapareció en los bosques para no volver. Desde su niñez, trascurrida en un bucólico pueblo a los pies de los Cárpatos occidentales, Bistritza, escuchó de su abuela y de su madre esa vieja e improbable historia.



Tiempo después, ya habiendo abandonado su país debido al régimen comunista que ya se instalaba, llegó a la conclusión de que esa historia no era otra cosa que una versión campesina del cuento que escribiera Charles Perrault en el siglo XVII, “La Caperucita Roja”. Sin embargo, lo que se contaba en su pueblo natal difería a grandes rasgos de las aventuras de la imprudente y crédula niña de la caperuza encarnada. Para empezar y según la abuela paterna de Petrea, la chica en cuestión frisaba los quince o dieciséis años.; y no había lobos. Más bien se hablaba de gentes extrañas, de un cierto tipo de gitanos desconocidos. Se decía que estos poseían poderes extraordinarios, puesto que “…si la luna les favorecía cambiaban su aspecto y eran más peligrosos que docenas de hombres comunes”. Además de eso, eran -muy en especial los hombres- de una belleza animal y magnética, que perdía a las pobres muchachas de la región, si las incautas se atrevían a mirarles a los ojos.

Con la caída del régimen totalitario Mihail Petrea regresó a Rumania, decidido a indagar a fondo sobre las tradiciones populares, orales y anónimas de su país, siempre muy pródigo en esta clase de bagaje cultural. Para ello, visitó Bistritza, su pueblo natal. Después de hablar con los más venerables ancianos del lugar, Petrea optó por seguir la pista de ciertos rumores sobre un antiguo granero, en donde -decían los más ancianos- que se escondían unos manuscritos, que guardaban el testimonio de la muchacha vestida de rojo y su historia, escritos por ella misma siglos atrás.

Petrea, fascinado ante la hipótesis de que una “caperucita roja” hubiese podido ser histórica y no fruto de la ficción, empezó a indagar en cada granero decrépito que hallaba a su paso. Elegía aquellos que presentaban las características de deterioro y antigüedad que delataran el paso de cientos de años. En uno de estos ruinosos graneros, Petrea encontró, para su máxima sorpresa, el objeto de su búsqueda, oculto celosamente en una polvorienta redoma. A continuación, se transcriben los reveladores fragmentos del diario de una jovencita que alguna vez vistió de rojo.

Ilustraciòn del cuento de Perrault por Doré.

                                                                          
Fragmentos del Diario de “X”

Se avecina el día en el que habré de cumplir los quince años. Mi madre me dice que coserá un vestido rojo para que yo lo lleve puesto ese día, puesto que va con el color de mi pelo. Ayer muy temprano por la mañana, me quedé sola en casa. Mis padres se fueron a trabajar en los trigales y me dejaron a cargo de los quehaceres. Entonces fui al cuarto de mi madre, donde cuelga un gran espejo, muy gastado y algo rajado., y - siento vergüenza de confesarlo -, vi mi imagen reflejada en el. Desanudé mis largas trenzas y comprobé que mis cabellos son muy largos y rojizos; además, he crecido más de lo que imaginaba. En el convento no estaba permitido hacer algo así. Sé que es un pecado de vanidad; pero me han prometido a un señor, y no pude resistir la curiosidad de examinar mi cuerpo, antes de que él, a quién no conozco, me haga suya. Hacía mucho frío, pero osé desnudarme por unos instantes, para llevar a cabo mi exploración en detalle. Es sabido que tal cosa no está bien, menos aún en una campesina. Temo haber pecado y me siento avergonzada.”

“El día de mi cumpleaños me puse el vestido rojo y fui a misa. Me confesé y comulgué. Dentro de la pequeña iglesia, mi madre me señaló al hombre que me desposará en pocos meses. Al salir del templo lo observé mejor: es un hombre mayor… Pero él me sostendrá y así ayudaré a mi familia. Me siento algo triste.”


“…El pueblo ha perdido algo de tranquilidad desde que unos gitanos se instalaron en las cercanías del bosque. No comprendo tanta agitación, pues siempre hay campamentos de gitanos yendo y viniendo. Pero estos recién llegados no son bien vistos. Las mujeres les huyen y prohíben a sus a los niños salir solos. Yo he oído su música desde lejos y es muy hermosa. Se lo comenté a mi madre, pero ella se persignó alarmada. Luego me preguntó si yo había visto a sus hombres. Respondí que no. Ella respiró aliviada; pero me advirtió que si llegase a ver a algún hombre que tenga los ojos muy brillantes y las cejas muy juntas, me haga la señal de la cruz y camine en dirección opuesta.”




“Estoy despierta, la luz de la luna traspasa mi ventana y logro percibir los sones de esa música, aunque débilmente. Nunca he bailado, pero esa música hace que mis pies se muevan y desee correr hacia el campamento de los gitanos. Desde que me enteré de su presencia aquí, he sentido sus violines y me he visto invadida por una intranquilidad que podría confundir con voluptuosidad… Rezaré hasta caer rendida. Algo está ocurriendo, más allá de mi entendimiento.”

“…Rumores de muertes o desapariciones en el pueblo. Tengo miedo.”




“Si mis padres averiguan lo que ha pasado… me enviarán de vuelta al convento; pero jamás les diré una palabra, ni hallarán lo que aquí escribo. Mi madre se sentía enferma y me envió al bosque para traer unas hierbas curativas que ella misma me indicó. Las recogí en un hatillo que guardé en mi bolso. Me aprestaba a retornar. Pero el débil sonido de esa música hizo que me quedara quieta, como un árbol. Entonces, vi a una mujer alta y hermosa, de negra cabellera y negros ojos. Vestía como gitana; cargada de aderezos y pañuelos de colores. Sonreía mientras se me acercaba. Cuando estuvo a un palmo de distancia, me dio los buenos días. Ella me observaba con una peculiar atención. Creo que dijo algo sobre mi vestido… Noté que le gustaba mucho. Luego, tomó mis trenzas entre sus manos, hizo un gesto de desaprobación y las desanudó. Se mostraba complacida al ver mi pelo suelto. ¡Qué extraña sensación! La mujer besó mi frente y me dijo que al anochecer los gitanos celebrarían una gran fiesta: -“¡Ven, podrás bailar toda la noche!” Yo, muda, sólo atiné a avenir con un gesto. Me quedé allí sola, sin saber qué hacer. Luego emprendí el regreso a la casa.”




“Un vértigo me consume. Lo he pensado todo el día y creo haber hallado una excusa para ausentarme. Diré a mis padres que quiero visitar a las hermanas del convento, que debo partir al mediodía para llegar antes de que el sol se ponga y que dormiré allá. …He logrado mi propósito, mis padres piensan que estaré más segura si paso uno días en el convento o incluso, semanas, mientras ellos arreglan lo de mi boda. Mi madre me ha dado provisiones y mi padre ha preparado a una mula para el viaje. Tras sus recomendaciones y bendiciones, partí. Antes de echar a andar, recé con cierta dificultad, no logré recordar bien la oración. Tengo ansias. Ya no tengo miedo.”

“Tengo el presentimiento de que pronto dejaré de escribir estas notas. Pero necesito registrar los sucesos hasta que me sea posible hacerlo. Estoy en el mismo claro del bosque donde vi por primera vez a la gitana. Llevo muchas horas aquí; la mula duerme al pie de un árbol. Yo he soltado mis trenzas y llevo mi vestido rojo. Falta un poco para que caiga la noche y no tengo miedo. Estoy ansiosa por escuchar esa música. Sé que su sonido me llevará hasta donde están los gitanos… ¡Ahí está, la escucho lejana!”


“Empecé a correr entre los árboles, siguiendo el sonido que poco a poco se hizo más audible y claro. Llegué a una especie de cortina formada por espesos robles, desde esa espesura me llegaba la música de los violines acompañada por extraños gritos o lamentos, parecidos a los aullidos de los lobos. Entre las hojas de los árboles una mano larga y delicada, llena de anillos y brazaletes se extendió y yo dejé que tomara la mía, sin recelo. En un instante había cruzado la penumbra de ramas y hojas: iba de la mano de la gitana. Reíamos las dos, mientras nos acercábamos al campamento, formado por varias tiendas e iluminado por alegres antorchas. Hombres y mujeres bebían vino y danzaban. Una vez allí, la gitana me presentó ante los demás. Todos me rodearon y, tras mostrar su aprobación, continuaron sus festejos. Recién noté que la gitana tenía una marca sobre la frente, era un triángulo rojo. Ella me dijo que yo debería llevar la misma marca si quería participar de la fiesta y ser una de ellos. Al verme bien dispuesta, besó mi frente y señaló una tienda que estaba apartada de las otras.




Dijo que alguien me esperaba ahí dentro, y que allí me haría la marca. Corrí hasta la tienda. La luna llena iluminaba el terreno, más oscuro en esa zona del campamento. Entré lentamente y vi a un hombre joven, de ojos brillantes y cejas muy juntas, como una sola franja. No pude evitar notar lo hermoso que era. Me sonreía y sus ojos despedían más luz. Su pecho desnudo estaba poblado por un nutrido vello. Me dijo que había estado esperando mucho tiempo por mi llegada. Entonces, me desnudó, hizo lo propio y me llevó fuera de la tienda. Nos tendimos sobre la hierba, suave y húmeda. Él se tendió sobre mí y besó mis labios… Lo demás lo recuerdo como un gran vértigo...  es tan confuso. Yo perdí el conocimiento. Desperté a la mañana siguiente, vestida con sedas y llena de joyas.

El hermoso extraño estaba a mi lado. Me alcanzó una bandeja de plata reluciente donde vi mi reflejo: el triángulo rojo estaba en mi frente.”
“…Creo que me he perdido… he perdido mi alma. Dios, si eso es cierto… ¡qué bien perdida está!”

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Este es apenas un fragmento del relato que, pacientemente, Mihail Petrea logró armar, como si de un rompecabezas se tratara. Tras meses de arduo trabajo, Petrea dio con la anónima inspiradora del famoso relato de Perrault; probablemente se trataba de la hija de modestos campesinos rumanos, quien habría sido celosamente educada por monjas, para así poder servir como la excelente esposa de alguien, ya que no podía aportar una dote importante. En este caso, la jovencita estaba prometida a un hombre mayor y acaudalado. El haber sido educada -aún de forma bastante básica- por unas monjas explicaría que supiera escribir, y pudiera plasmar en esos desordenados fragmentos sus íntimos anhelos y vivencias. Cada quien saque sus propias conclusiones; lo que parece evidente es que esta niña, como la del cuento, se vistió de rojo, fue al bosque y allí se encontró con el lobo; o ¿quizás deberíamos decir, con un licántropo?








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