Viviendo la posteridad


Ya estamos instalados en la posteridad. En cada pequeño acto de nuestra vida cotidiana, está la intención de dejar una pequeña huella, una marca. Por ejemplo, en el mensaje que dejamos en nuestra red social favorita, ese que todos leerán si nos morimos antes de desactivar la cuenta; en las fotos de la última fiesta o reunión, que colgamos presurosos y exhibicionistas. O en los blogs que llenamos con nuestras obsesiones preferidas.

Vivimos para una imaginaria posteridad, cuando menos podemos jugar a que esta existe, y tomar la delantera eternizándonos en mensajes, ideas y opiniones.

Por eso invitamos a quien lo desee, a dejar una huella en este espacio.


lunes, 20 de febrero de 2012

Borrachos de amor parte 3 “Con olor a cerro y a chicha:” Chacalón y los migrantes a la capital por Victor Vich




“Con olor a cerro y a chicha:” Chacalón y los migrantes a la capital

El 15 de mayo de 1992 la ciudad de Lima fue testigo de una espectacular manifestación popular. Ese día murió Lorenzo Palacios, ídolo musical dentro de las capas más pobres y marginadas del Perú. Las cifras más conservadoras estiman que alrededor de veinte mil personas participaron de su entierro, que comenzó en su casa del complejo habitacional Los Incas y terminó en el pabellón Santa Gliceria del cementerio El Ángel. Envuelto con la bandera del Alianza Lima (club del que fue un hincha acérrimo), el féretro se paseó por distintas calles de los barrios altos y así la multitud pudo despedirse de un nuevo ídolo que, en la variedad de sus canciones, supo representar la identidad de la nueva Lima chola, migrante, informal y trabajadora.[i]
La ciudad ya tiene un nuevo sujeto que es además el productor de un nuevo discurso. Su identidad se define por varios elementos. Para autores como Appadurai, la migración constituye el gran impulso modernizador del siglo xx y, al nivel de la cultura, ha sido el proceso básico en el mundo contemporáneo . En el Perú, Carlos Franco la caracterizó con una notable descripción: “... que entre la desconfianza en su capacidad y la confianza en sí mismos se decidieron por sí mismos; que entre el ámbito y el cambio se inclinaron por el cambio; que entre la seguridad y el riesgo eligieron el riesgo; que entre el pasado y el futuro eligieron el futuro; que entre lo conocido y lo desconocido se aventuraron por lo desconocido; que entre la continuidad y el progreso prefirieron el progreso; que entre permanecer y partir, partieron. Lo cierto es que al optar por sí mismos, por el futuro, por lo desconocido, por el riesgo, por el cambio, por el progreso, en definitiva, por partir, cientos de miles o millones de jóvenes comuneros, campesinos, provincianos en las últimas décadas se autodefinieron como modernos, es decir, liberaron su subjetividad de las amarras de la tradición, del pasado, del suelo de la sangre, de la servidumbre, convirtiéndose psicológicamente en hombres libres. Y al hacerlo, sin ser conscientes de ello, cerraron un época del Perú para abrir otra”.[ii] 

“Desborde popular”, “conquistadores de un nuevo mundo”, “el otro sendero”, “los nuevos limeños”, “la otra modernidad”, “heterogeneidad no dialéctica”, han sido las principales metáforas que la academia peruana ha empleado para hacer referencia a ese nuevo rostro de un país ya algo diferente. Las migraciones, en efecto, produjeron cambios a todo nivel y transformaron la identidad del Perú desde la economía hasta la política: la calle se fue convirtiendo poco a poco en un riquísimo espacio de legitimación de las nuevas subjetividades sociales.
La música “chicha” se inscribe en esta dinámica y sin duda es uno de los fenómenos culturales más interesantes del Perú contemporáneo. Surgida del contacto entre las melodías andinas y los ritmos tropicales [caribeños], la chicha apareció en la década de 1970, pero su gran difusión la consiguió en la década siguiente, cuando grupos como los Shapis o el propio Chacalón incorporaron en sus letras la problemática de la migración y el desempleo.

(Para todos mis hermanos provincianos
que labran el campo para buscar el pan de sus hijos
y de todos sus hermanos, te canta Chacalón
y la Nueva Crema.)

Soy muchacho provinciano
me levanto muy temprano
para ir con mis hermanos
ayayayay,
a trabajar.

No tengo padre ni madre
ni perro que a mí me ladre
sólo tengo la esperanza
ayayayay,
de progresar.

Busco una nueva vida
en la ciudad
donde todo es dinero y hay maldad
con la ayuda de Dios
sé que triunfaré
y junto a ti mi amor
feliz seré
oh, oh, oh
feliz seré...

Puede decirse que cuatro son los elementos principales de esta canción: “juventud”, “migración,” “ética del trabajo” y “parentesco.” Aquí, el sujeto migrante se distingue por diferentes estrategias de sobrevivencia pero, sobre todo, por su voluntad de ser feliz y salir adelante en el mundo social. Este nuevo sujeto es sobre todo joven y se levanta temprano para intentar ganarse la vida a como dé lugar.
Es interesante notar que el sujeto afirma que ya no tiene padre ni madre. Su compromiso único es entonces con el futuro. De esta manera, casi podría decirse que esta canción representa muy bien el tránsito del “mito del Incarry al mito del progreso”,[iii] pues aquí el origen cultural deja de ser un elemento central. Es decir, aunque en un inicio el sujeto comienza por definirse como “provinciano” al inicio de la canción, luego reconoce que es necesario renunciar a toda identidad si quiere salir adelante. El sujeto entonces siente la necesidad de “inventarse” a partir de la nueva situación urbana.
Dicho de otra manera: en esta canción el sujeto es el agente ante una modernidad con la que cree que sí puede negociar. Al respecto, es interesante notar que se utilice a la palabra “hermanos” para dar cuenta de una situación socialmente compartida. Son dos sus significados. Por un lado, refiere al núcleo familiar pero, por otro, a toda la comunidad de migrantes con la que comparte una misma situación de exclusión social. La canción constata entonces la formación de un nuevo colectivo. De hecho, da signos de cómo en la capital se reproducen algunas de las dinámicas andinas del trabajo: el afán productivo y las redes de parentesco.[iv]
Pero lejos de convertirse en una apología de la vida moderna, una fuerte crítica aparece en ella: si bien el sujeto se desentiende de su pasado para comprometerse únicamente con el futuro, la canción no termina con un proceso de secularización racionalista sino, más bien, con una intensa apelación a Dios y con la apuesta por la construcción de un espacio de felicidad que nunca se agota en el sujeto autosuficiente que imaginan los teóricos del capitalismo popular. Chacalón afirma que en la ciudad “todo es dinero y hay maldad”, y establece así una desconfianza ante el nuevo universo y una distancia que no se sabe como resolver. Si bien el sujeto está totalmente dispuesto a “progresar” en el sistema (no le queda otra) y ha decidido respetar algunas de sus reglas, el dinero nunca se encuentra idealizado y no aspira a convertirse en el vínculo más importante entre las personas. La canción se desgarra: asume la necesidad de modernización, pero al mismo tiempo representa la necesidad de neutralizar la supremacía moderna del capital sobre el trabajo. Así, en algún sentido, la canción ofrece la posibilidad de enfrentar la alienación capitalista sobre lo que Habermas ha llamado el “mundo de la vida”.


[i] Es muy fascinante que Leyva cuente que el día de la muerte de Pinglo (13 de mayo de 1936) ocurrió algo similar: un carro difundió la noticia por los Barrios Altos y una multitud muy grande acompañó igualmente el féretro hacia el cementerio.
[ii] Franco, Carlos, Imágenes de la sociedad peruana: la otra modernidad, Cedep, Lima, 1991, p. 87.
[iii] Degregori, Carlos Iván, “Del mito del Incarry al mito del progreso”, en Socialismo y Participación, núm. 36, 1986.
[iv] Adams, Norma y Néstor Valdivia, Los otros empresarios. Ética de migrantes y formación de empresas en LimaiepLima, 1994.

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