El Controversial
Carlos Reygadas ( Ciudad de México, 1971), jugó rugby para la selección
de su país, además de profesar derecho internacional en Bruselas. Sin embargo,
su interés por el oficio del cine terminó por conquistarlo. Luego de un triunfo
indiscutible en Cannes, visitó Lima para presentar su última producción en el
festival organizado por la PUCP.
Aprovechando el evento, esperamos que el presente reportaje
signifique para mucho el descrubrimiento o confirmación de un extraordinario
cineasta.
En tiempos de teatro filmado y literatura e ilustrada, el
mexicano Carlos Reygadas-abogado de profesión- se valió de no actores y
presupuestos austeros para dirigir el corto belga Maxhumain (1999), y, poco
tiempo después, su alabada ópera prima, Japón(2002). El riesgo se agradece,
pues su manera de transmitir atmósferas resulta incomparable. La imagen
transgrede tiempo y espacio al provenir de las entrañas, para alcanzar un
estado de pureza experimentada salvo en contadas ocaciones dentro de la
filmografía azteca.
Esta afirmación quedó sustentada en el 2005 con Batalla en
el Cielo, al estrenarse durante el festival de Cannes para competir por la
preciada Palma de Oro, como también para generar en la platea reacciones de los
más extremas.
Monumental y compleja, esta maravilla enaltece a su autor
como uno de los artistas más talentosos e influyentes de su época, cuyas obras
hacen posible el pensar y discutir sobre cine.
“A matarme”
Cuando un pintor(Alejandro Ferretis) viaja desde la ciudad
hacia un pueblo en las montañas, un cazador que se encuentra en el camino le
pregunta- si no es indiscreción- el porqué
de su irregular trayecto. “A matarme”, responde el peregrino. Japón, el
multipremiado primer trabajo de Carlos Reygadas, contiene el mismo sentimiento
de esa frase tan áspera.
Ocurre que la muerte es una sombra que respira en cada
cuadro del filme. Sin embargo aquella presencia determinante para el personaje,
adquiere distintas siluetas a lo largo de su odisea. La meditación del suicida
desemboca progresivamente en las múltiples probabilidades que el viaje ofrece
en torno a su destino: he ahí la interminable caravana de niños que camina ante
sus ojos mientras dibuja un cuadro y escucha a Bach en sus audífonos; el sueño
de una bella mujer saliendo del mar, el caballo muerto que encuentra un día de
lluvia en la cima de un monte; o –de manera crucial- la convivencia con
Asunción (Magdalena Flores), la anciana que lo hospeda durante su estadía e el
pueblo donde se afinca. Así, experimenta una valoración con respecto a su
propio devenir por medio de quienes lo rodean, pero sin desligarse
completamente de su postura tanática.
El encuentro con la mujer sirve de catalizador a esta nueva
concepción. Al comprobar las nobles intenciones que definen a Asunción, su fe incorruptible
y el aferro a sus últimos años, el protagonista se permite un tiempo más para
hallarse frente al pueblo y sus habitantes desde un punto de vista diferente al
de su llegada. Ella le concede una segunda oportunidad para amar y existir,
hecho que resulta emocionante. La sorpresa de tropezar con la vida que se
desborda justo en el lugar donde eligió inmolarse, es una encrucijada incierta,
la cual se asemeja más a una respiración grave y catártica de un ser
arrepentido, extrañado por todo lo que ha pasado.
La experiencia sensitiva por la que apuesta Reygadas para
lidiar con una premisa tan misteriosa, logra que Japón sea un testimonio
difícil y fascinante. Sus encuadres inmóviles y largos pasajes de silencio
remiten a una contemplación muy lírica de la realidad. El nóvel director bebe
de influencias como Tarkovsky, Bresson o Dreyer, con el propósito de reinventar
lo aprendido y así elaborar su propio concepto de cómo hacer cine, partiendo de
las temáticas que lo deslumbran, para dar una forma y contenido verdaderamente únicos.
Pandemonio Celestial.
Olvídese de las escenas de felación y sexo explícito que –entre
aplausos, abucheos y deserciones- tanta polémica generaron en los festivales
donde fue exhibida. No son motivo para dejar de verla ( porque , además, no son
gratuitas)
Como augura la secuencia introductoria, donde se asiste al
izamiento de una descomunal bandera de México en el centro exacto de la capital
los íconos de Batalla en el Cielo componen un mural rabioso de la cultura en
dicho país. Y no sólo eso: dadas las innumerables analogías del Distrito
Federal con las demás metrópolis de nuestro continente, la obra comparte su
naturaleza para ser entendida en cualquier otro espacio de América Latina.
El panorama ofrecido por Reygadas es desolador.
Ciudad de México se luce engullida por una violencia injusta
e irracional, desde el hecho cotidiano de ingresar al subte entre maltratos e
injurias como rebaño al camal, hasta la frustración de sentir que la vida no
vale siquiera un peso en esa tierra de nadie. Cuna de prepotentes y
desamparados, donde las clases sociales se devoran entre sí y las costumbres
centenarias se aplastan para beneficiar al estrato pudiente; impresiona ver
cómo la urbe infernal estuviera próxima a una explosión furibunda: como si el
único remedio para tanta miseria e inequidad fuera una aniquilación veloz,
despiadada. Por citar un ejemplo, es hipnotizante la escena donde una estación
de servicio –que expresa la supuesta civilización en tiempos modernos, con sus
fluorescentes y música barroca- se encuentra frente a una caravana religiosa,
en la cual una multitud de creyentes canta a la Virgen mientras iluina el paso
con el fuego de sus velas. Estamos ante dos tradiciones que se oponen para
herirse mortalmente. Desfilando separadas por una estrecha carretera.
En medio de este purgatorio surge el controvertido amor
entre Ana( Anapola Mushkadiz), una hermosa muchacha de clase alta que se prostituye
por placer, y su chofer Marcos (Marcos Hernández). Consciente de exponer una
narración de tiempos dilatados, que contradice cualquier interno de linealidad,
el filme se edifica desde la perspectiva afligida de este hombre, de quien
simplemente se sabe que secuestró –en complicidad con su mujer- a un recién
nacido, y que ha muerto bajo su tutela. Por ello, la mirada del protagonista
condensa la rabia silente de un condenado por su destino, y el cansancio de su
rostro es propio de un mártir que se intuye rozando el final de su existencia
(algo muy similar ocurre con el personaje de Japón). Sólo Ana, de presencia
celestial e inalcanzable), puede abrir las puertas de un mundo trascendente
para Marcos.
Impregnada de amargura y con sabor a mal sueño, batalla en
el Cielo, es una película honesta orgánica, de inmensa humanidad. La propuesta
de Carlos Reygadas expone una crítica irascible contra los habitantes de su
propio territorio pero a partir de su pasión visceral y conmovedora por los
mismos. De ahí que sus imágenes y sonidos posean la cualidad de permanecer
inalterables en la memoria.
Marcos y su familia en Batalla en el Cielo.
Extraído de Godard revista de cine Nº8
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