Para encarar un acercamiento a su obra, mencionaremos dos
procedimientos suyos, dos de sus estrategias, Una de ellas introduce
mediaciones que difieren el cumplimiento de la imagen. Por una parte, Dittborn
recurre a figuraciones de segunda mano; no representa directamente personas o
situaciones: lo hace mediante el rodeo de la fotografía encontrada, las
caricaturas o grabados. El artista perturba la puntualidad de la representación
interponiendo en su itinerario sucesivas instancias de la representación
interponiendo en su itinerario sucesivas instancias que postergan su cometido.
Por otra parte, emplea imágenes obtenidas de fuentes muy diversas: revistas, dibujos
infantiles o catálogos de historia del arte. Pero esta promiscuidad produce
resultados parcos. A la incontinencia iconográfica globalizada Dittborn opone
un repertorio frugal: pocas figuras se repiten obsesivamente a lo largo de su
obra mediante un gesto reiterativo, compulsivo, que es parte de su poética. No
solo son figuras repetidas, sino inactuales: son imágenes anticuadas que
dislocan toda pretensión conciliadora de la forma amparada en la sincronía, en
la tregua reparadora del presente concertado.
Basada en la acción de la mancha y el pliegue, la segunda
estrategia instala sustancia y huella de sí, contorno y fondo que anula y
redime la figura; principio que atraviesa el soporte de la representación y
tiñe el otro lado. El pliegue también delata una ausencia: es un indicio, el
rastro de un doblez; y también afirma una presencia plena: es el propio
repliegue de la tela o el papel que niega el plano de la inscripción y remite a
su detrás imposible. El pliegue y la mancha, exigen que la materialidad misma
de la obra devenga premisa significante. Pero, también fuerzan a que la obra,
delatada en su contingencia física, reenvíe a un más allá de su propio campo.
Expuesto en su intimidad material, impregnable, plegable, la obra trasciende no
sólo el armazón y el marco, sino los encuadres institucionales. Se ubica en el
umbral de la escena de la representación; allí se expone (se muestra al deseo
de la mirada). Toda la estrategia aeropostal de Dittborn, momento central de su
trabajo, descentra los circuitos del arte: la operación mediante la cual la
obra se pliega y se despliega deviene condición de su éxodo constante. Pero
también de su súbita detención: la mancha ciega y paraliza la imagen que tapa;
la vuelta del lienzo sobre sí instala el silencio, el momento de la espera.
Mediante esa doble maniobra de manifestación y ocultamiento
se juega la batalla que, tras el intento de rozar por un instante lo real,
libra Dittborn contra la representación; batalla trágica cuyo destino es ser
jugada en frentes una y otra vez renovados.
Dittborn hace de esa tensión insoluble un expediente para contrariar toda
estabilidad de sentido. Entre la actividad de la imagen y su encalladura se
abre un mínimo
intervalo para el acontecimiento.
Extraído del libro "100 Artistas Latinoamericanos"
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