1943. Santiago de Chile, Chile.
Para encarar n acercamiento a su obra, mencionaremos dos
procedimientos suyos, dos de sus estrategias. Una de ellas introduce
mediaciones que difieren el cumplimiento de la imagen. Por una parte, Dittborn
recurre a figuraciones de segunda mano; no representa directamente personas o
situaciones: lo hace mediante el rodeo de la fotografía encontrada, las caricaturas o grabados. El
artista perturba la puntualidad de la representación interponiendo en su
itinerario sucesivas instancias que postergan su cometido. Por otra parte,
emplea imágenes obtenidas de fuentes muy diversas: revistas, dibujos infantiles
o catálogos de historia del arte. Pero esta promiscuidad produce resultados
parcos. A la incontinencia iconográfica globalizada Dittborn opone un
repertorio frugal: pocas figuras se repiten obsesivamente a lo largo de su obra
mediante un gesto reiterativo, compulsivo que es parte de su poética. No sólo
son figuras repetidas, sino inactuales: son imágenes anticuadas que dislocan
toda pretensión conciliadora de la forma amparada en la sincronía, en la tregua
reparadora del presente concertado.
Basada en la acción de la mancha y el pliegue, la segunda
estrategia instala un juego de escamoteos y apariciones. La mancha es
simultáneamente sustancia y huella de sí, contorno y fondo que anula y redime
la figura; principio que atraviesa el soporte de la representación y tiñe el
otro lado. El pliegue también delata una ausencia: es un indicio, el rastro de
un doblez; y también afirma una presencia plena: es el propio repliegue de la
tela o el papel que niega en plano de la inscripción y remite a su detrás
imposible. El pliegue y la mancha, exigen que la materialidad misma de la obra
devenga premisa significante. Pero, también fuerzan a que la obra, delatada en
su contingencia física, reenvíe a un más allá de su propio campo. Expuesto en
su intimidad material, impregnable, plegable, la obra trasciende no sólo en el
armazón y el marco, sino los encuadres institucionales. Se ubica en el umbral
de la escena de la representación; allí se expone ( se muestra al deseo de la
mirada). Toda la estrategia aeropostal de Dittborn, momento central de su
trabajo, descentra los circuitos del arte: la operación mediante la cual la
obra se pliega y se despliega deviene condición de su éxodo constante. Pero
también de su súbita detención: la mancha ciega y paraliza la imagen que tapa;
la vuelta del lienzo obre sí instala el silencio, el momento de la espera.
Mediante esa doble maniobra de manifestación y ocultamiento
de juega la batalla que, tras el intento de rozar por un instante lo real,
libra Dittborn, contra la representación; batalla trágica cuyo destino es ser
jugada en frentes una y otra vez renovados. Dittborn hace de esa tensión insoluble
un expediente para contrariar toda estabilidad de sentido. Entre la actividad
de la imagen y su encalladura se abre un mínimo intervalo para el
acontecimiento.
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