Del surrealismo al gore
Pensando a partir del gore y a través de la imaginación de utilería de su simulacro, Juan Diego Capurro hizo de la fotocopia y de su reproducción una maquinaria del recorte y de la alteración. Desde Max Ernst, o más precisamente desde Heartfield y Hanna Höch (y un olvidado crédito nacional, César Moro) el recorte, el fotomontaje y el collage se hicieron, hace casi un siglo, un territorio libre en el espacio detenido de la impresión y la reproducción ilimitada. La suma de las varias alteraciones y apariciones sorpresivas en esa invasión directa a la carne de las imágenes de lo mediático y cotidiano, permitió en su momento abrir una rendija hacia ese otro desconocido que revive y se activa a través del recorte y su desenfrenada pegatina.
En ese proceso de recorte, lo aleatorio y su sorpresa son una fractura crítica en la percepción. JD Capurro hace de esta operación un elogio de la desubicación y una cita de la fábrica de re escenificaciones propias del set de un género cinematográfico de bajo presupuesto. Un contenido de velocidad visceral que hace del montaje y su recorte una parodia de la mutilación en, y de, las imágenes.
Algún tiempo atrás, la teoría crítica dejó en claro que el gesto mutilante y despedazante del cuerpo era el correlato visual de una tecnología de la modernidad cuyo desarrollo implicaba la inevitable dominación y fragilización del cuerpo, mediante la lasceración de la carne. Desde el cine de bajo presupuesto la mutilación explícita y la sangre a borbotones son, precisamente a contramano y por exceso, una negación irónica de la narrativa tecnológica y tecnocrática. En los fotomontajes de JD Capurro, y a diferencia de toda hiperrealidad fotoshopeada, todas las suturas son visibles y al igual que en las reglas básicas de su género favorito, la ausencia argumental hace evidente toda voluntad de simulacro en la contorsión del cuerpo y del medio impreso ya fragilizado, inerte o archivado. Su derramamiento desenfrenado de toner esquiva la exitosa realidad tramposa del retoque digital y a contrapelo, procura un reacercamiento al fotocopiado, en parte gesto de guiño under por lo fanzinero, en parte convención del género por el juego de la pobre utilería (y en parte, aunque esto no hay que contarlo, porque tuvo -brevemente, claro- un empleo en el que tenía a mano una fotocopiadora a la que dejó agotada). Al igual que en los géneros de culto y del margen antes de ser absorbidos por la industria, JD Capurro cita el underground como posible antídoto al entretenimiento, a la vez que deja en claro que su mutilación no es trangresión viscerreal ni función activa de repulsa, sino el puro goce del recorte y de sus manchadas superficies, en donde la imaginación y la mugre son como el noise más puro de la imagen aun sin destilar, en el ya lejano mundo del pre HD. En ese desorden simulado y por eso tan exitoso, el toner de toda esta imaginación espera coagular pacientemente mientras se le mira y luego reanimarse muerto-en-vida, apenas esté uno desprevenido en la contemplación.
Rodrigo Quijano
La muestra de Juan Diego Capurro se encuentra en Bruno Gallery (Calle Francia 565 Miraflores)
En el horario de lunes a sábado de 12 a 8 PM
Telf: 2418806
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