Viviendo la posteridad


Ya estamos instalados en la posteridad. En cada pequeño acto de nuestra vida cotidiana, está la intención de dejar una pequeña huella, una marca. Por ejemplo, en el mensaje que dejamos en nuestra red social favorita, ese que todos leerán si nos morimos antes de desactivar la cuenta; en las fotos de la última fiesta o reunión, que colgamos presurosos y exhibicionistas. O en los blogs que llenamos con nuestras obsesiones preferidas.

Vivimos para una imaginaria posteridad, cuando menos podemos jugar a que esta existe, y tomar la delantera eternizándonos en mensajes, ideas y opiniones.

Por eso invitamos a quien lo desee, a dejar una huella en este espacio.


viernes, 6 de enero de 2012

Los recomendados: El Cuy, todas sus aventuras; de Juan Acevedo




Por Gabriel Zárate

El Cuy, todas sus aventuras: Recopilación de los diversos trabajos de Juan Acevedo publicados entre 1982 y 1990, con su emblemático y popular personaje, elCuy. Editado por Contracultura de Benjamín Corzo, es una edición conmemorativa por los 30 años de creación del Cuy. Fue presentado la noche de la inauguración de la última Feria del Libro Ricardo Palma 2009, donde ostentó el memorable record de ser el libro más vendido durante dicho evento.

La narración empieza en una biblioteca pública y sugiere la pedagógica idea de asumir la lectura como un retrospectivo viaje por el pasado peruano. Leer es introducirse en un mágico relato transitando por la historia nacional. Lo mismo ocurrirá más adelante, cuando se represente en la casa de Humberto su sala con un estante de pared repleto de libros y un ejemplar de “Las Tradiciones Peruanas” de Ricardo Palma en sus manos.

Humberto y el Cuy a partir de concentrarse fijamente en una imagen mientras revisaban un texto, consiguen sumergirse en una serie de viajes por el tiempo, recorriendo los diversos periodos históricos del Perú, que van desde su prehistoria hasta su futuro siglo XXV. Con complejas y arriesgadas aventuras y reiterados peligros que nuestros héroes afrontan, también deben combatir en más de un ocasión con su perpetua bestia negra: El Mariscal Videchet, su eterno enemigo fascista a enfrentar, el antagonista ideológico invariablemente presente, casi indestructible, como una representación corporizada del mal.

El Perú en la década del ochenta fue convulsionado políticamente por la aparición de grupos terroristas y por la respuesta contraterrorista del Estado, y en una historieta con personajes de marcado carácter político no se podía evitar asumir posiciones claras y definidas sobre el tema: La crítica al autoritarismo y a los métodos violentistas es frontal y tajante. A la vez se reafirma la invariable necesidad de cambios profundos y revolucionarios en la sociedad peruana para volverla más justa, libre e igualitaria, pero siempre por medios pacíficos y democráticos: los tópicos presentes son encarar a la muerte con la vida, al odio con el amor, a la intolerancia con la comprensión.

Una reiterada observación crítica son las fratricidas disputas entre los activistas e ideólogos detrás de la común búsqueda de las transformaciones sociales y políticas, que aparecen constantemente enfrentados entre sí. Similar disputa ocurre entre los reformadores y los revolucionarios (unos pacíficos y otros violentistas). Como diría Jorge Basadre: “Es el espíritu de facción de los peruanos” lo que Juan Acevedo censura persistentemente a lo largo de toda su obra. Incluso los mismos personajes de Humberto y el Cuy no están exentos de estas bizantinas disputas verbales, pero en su caso con un tono de parodia humorística.

Las primeros décadas de la Colonia simbolizados en la noble figura de San Martin de Porres, y su infinita capacidad de amar a todas las criaturas mortales; además se retrata los despiadados abusos que cometía la Inquisición y los últimos años del Virreinato español bajo el gobierno de Abascal y el inicio de una efervescencia criolla, entusiasmada con las ideas revolucionarias de las libertades liberales, son épocas también visitadas por nuestros protagonistas.

Pero en el ardiente presente las historias de los niños invisibles son un autentico descenso a los infiernos de la inhumanidad: violentos niños delincuentes consumidores de terokal, que sobreviven en un mundo plagado de seres lumpen y en la dureza de la calle donde solo una amenazante chaveta les puede proporcionar el debido respeto. Son el producto de destruidos hogares disfuncionales, y de un sórdido mundo de disvalores, miseria y marginación.

Humberto siempre mantiene una imagen de serena calma y lucidez; prudente y mesurado en sus apreciaciones a contrapartida de Cuy que es emotivo, impulsivo y vehemente frente a lo injusto, con una intrínseca capacidad de indignarse a flor de piel y un espíritu entre cómico y valiente. Es una paródica pareja, opuesta y complementaria a la vez, lo que les proporciona un cómico equilibrio, en cuyos relatos, a pesar de los delicados temas que abordan, nunca renuncian al humor ni a su simpatía inherente.

Pero comparado con el protagonista de las tiras diarias, estamos frente a un Cuy más romántico y sentimental (¿habrá olvidado a la Pericotita y a sus cuatro hijos?) y en sus historias se suelen rozar tenues deslices enamoradizos con hermosas muchachas. La idea de que la familia es un obstáculo para la aventura sentimental pareciera sutilmente esbozada en estos capítulos, con unCuy enamorador haciendo una libre vida de soltero.

En su último relato (1990) lo vemos saliendo de un elitista cine de Miraflores tras ver “La otra mujer” deWoody Allen y luego recorriendo la Calle de las Pizzas entusiasmado en la contemplación de la belleza de tiernas jovencitas que circulan por allí. ¿Estamos frente a un Cuy aburguesado que ha renunciado a su condición popular y reivindicativa? ¿De activista comprometido a disconforme de café’? ¿Se estará convirtiendo finalmente en un Cuy caviar? Las respuestas solo las conoce Juan Acevedo y se vislumbraran finalmente en las próximas y esperadas historias de su siempre querido y entrañable personaje.


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