Después de un breve período de interés por la arquitectura y
un cursillo práctico con Le Corbusier en París que lo aburrió, Horst P. Horst
llegó a la fotografía gracias a la intervención de su amigo George
Hoyningen-Huene.Janet Flaner, del “New
Yorker”, había descubierto sus fotos en una pequeña exposición organizada en
una galería de Passy.El resultado fue un primer contacto para “Vogue”, la
revista a la que Horst permanecería fiel durante toda su vida.
Ciertamente,
Horst no revolucionó la fotografía de moda, pero contribuyó indudablemente a su
perfeccionamiento. La segunda generación de fotógrafos de moda todavía tenía
que definir los lineamientos fundamentales de ese género fotográfico. Los
primeros interrogantes consistían en saber si la fotografía debía ser una copia
de la realidad, si el atuendo de la modelo debía o no captar el interés central
de la imagen, y en qué medida las intenciones del fotógrafo podían interferir
en ese contexto.
Lo que
caracterizaba a la fotografía de Horst era, ante todo, su concepción de la belleza.
Horst había analizado intensamente las poses clásicas y había estudiado la
escultura griega y la pintura del clasicismo. Le interesaban especialmente
ciertos detalles como la posición de las manos, porque tenía conciencia de que
muy pocas personas saben qué hacer con sus manos y sus brazos mientras son fotografiadas.
La combinación de poses y actitudes estudiadas, parcos accesorios y una luz
simple pero hábilmente dirigida, desempeña un papel decisivo en aquello que se
conoce como las habilidades ilusionistas de Horst. En efecto, él sabía
transformar simples planchas de madera en suntuosos mobiliarios, cilindros de
cartón en columnas antiguas, y moldes de yeso en ricos mármoles. Cualquiera que
sea el objeto fotografiado, Horst siempre lo convierte en un elemento de su
ideal clásico. Pero en ningún momento se propuso hacer confundir ese universo
ideal con la realidad. Él se contentó con mostrarlo como una ficción, como una
proyección de su ideal de belleza. Su belleza era distanciada, fría e
inaccesible: su erotismo y su seducción solo eran representaciones intelectuales,
una especie de imagen onírica ubicada mucho más allá de los instintos animales.
Esa distancia entre sus fotografías y la realidad lo convirtieron en un artista
de su época; en alguien que amó ciertamente el mundo del consumo y las
ilusiones de la publicidad, la belleza y la moda; alguien que los reprodujo con
pasión, pero fue consciente de su carácter de ilusión y los veneró justamente
por eso.
RM
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