Viviendo la posteridad


Ya estamos instalados en la posteridad. En cada pequeño acto de nuestra vida cotidiana, está la intención de dejar una pequeña huella, una marca. Por ejemplo, en el mensaje que dejamos en nuestra red social favorita, ese que todos leerán si nos morimos antes de desactivar la cuenta; en las fotos de la última fiesta o reunión, que colgamos presurosos y exhibicionistas. O en los blogs que llenamos con nuestras obsesiones preferidas.

Vivimos para una imaginaria posteridad, cuando menos podemos jugar a que esta existe, y tomar la delantera eternizándonos en mensajes, ideas y opiniones.

Por eso invitamos a quien lo desee, a dejar una huella en este espacio.


lunes, 10 de septiembre de 2012

Guillermo Kuitca





1961. Buenos Aires Argentina
La necesidad de construir el mundo  a nuestra medida, de cambiar desde el taller ese mapa irreversible del espacio habitable, está en el trasfondo de toda la obrad e un artista intimista y tímido y que por lo tanto procura no dejar una grieta abierta en sus pinturas por la que podamos asomarnos a su verdadero interior. Cartografías imposibles,  mapas que ni la imaginación puede explicar, planos de casas que no pueden ser construidas ni habitadas, telones y escenarios donde no se escenifica nada. Patios de butacas vacíos, sacados de los dibujos que Internet ofrece en el servicio de compra de tickets… un mundo en la mesa del cuarto de estar. Ese es el mundo pictórico de Guillermo Kuitca, posiblemente el más internacional y más delicado de los artistas argentinos, que mantiene ese toque extraño del que no es ni de un lugar ni de otro. Tal vez porque su autentico país es una ópera y su religión un tratado enciclopédico. Un pintor de estudio, amante del dibujo y del detalle, pero que no se preocupa por los límites, perfeccionista pero que deja en la sombra del infinito los bordes de unas telas construidas con la sutileza y el tiempo del que sólo disponen los enfermos.



Desde el deseo de hacer teatro, desde la admiración por un arte activo, valiente, enfrentado a un público que no siempre es pasivo ni acepta el esfuerzo del artista, Kuitca va deslizándose hacia la pintura como una expresión artística no necesariamente narrativa que es capaz de abarcarlo todo. Pintarlo todo, da igual que sea un lenguaje abstracto o figurativo, un dibujo o un lienzo, hacer de una línea la unión, el eje entre la vida y su representación. Un pintor que expone a los trece años por vez primera, que parece que ser pintor es inevitablemente su destino. Esta afición hacia el teatro como el gran espectáculo y a la vez como la lucha interna de cada artista, está presente en gran parte de su obra, no solamente en sus planos de teatros verdaderos. Toda su obra se podría simplificar como la tensión entre espacio público y espacio privado, entre figuración y abstracción, en esa dramática lucha por ofrecerse en sus pinturas pero al mismo tiempo esconderse detrás de un lenguaje inevitablemente privado. El propio Kuitca ha afirmado que su relación con los mapas, con esa intención de marcar el territorio no es tanto un proyecto de conocimiento del mundo sino de borrar, disolver la realidad, las líneas que dibujan ese mundo externo.
El uso de materiales que saca de Internet, de enciclopedias, de dibujos, la simplificación de las historias cotidianas de su mezcla con otras más heroicas va sembrando de ingredientes cada lienzo, cada dibujo, contándonos la historia de un pintor que quiso ser actor, de un amante del teatro que actúa en privado, extraño en su propio país: en el país de Nunca Jamás.

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