Luego
de cuatro años de su última exposición individual, Luz Letts prepara un nuevo
proyecto que será mostrado hacia julio de este año en la galería Lucía de la
Puente, lo cual nos permite reflexionar acerca de una de las más sólidas
carreras plásticas en nuestro país.
Analizar
la obra de Luz Letts (Lima, 1961) implica detenernos, aunque sea brevemente, en
un período vital en la historia de las artes visuales en nuestro medio. Su
actividad como artista plástica graduada de la Escuela de Arte de la Pontificia
Universidad Católica del Perú se inicia en los primeros años de la década de
los noventa, momento de enormes tensiones políticas y sociales que anunciaban
tanto la derrota de la amenaza terrorista como el total empobrecimiento de la
institucionalidad democrática y la fatal consecuencia del advenimiento de una
nueva y siniestra maquinaria de poder estructurada desde el mismo Estado. En la
escena artística local se empieza a configurar una nueva generación de artistas
plásticos que reaccionan ante los acontecimientos desde variados medios
visuales, entre los cuales la pintura no estuvo exenta de representación.
Hacia
fines de la década comenzó uno de los más ambiciosos proyectos culturales
vinculados a las artes visuales emprendidos por profesionales del medio en
estrecha colaboración con entidades del Estado. Me refiero a la Bienal
Iberoamericana y Nacional de Lima (1997-2002), que permitió situar nuestro
entorno en un amplio escenario de diálogo regional. Muchas son las
controversias y variados los disentimientos en torno a esta iniciativa;
sin embargo, no se puede negar que
significó una valiosa oportunidad para poner en la mesa diferentes temas de
urgencia inmediata en cuanto a las prácticas curatoriales, críticas y
artísticas que pocas veces después tuvieron tan notoria cabida.
Es
dentro de este contexto que Luz Letts participa con dos proyectos que se alejan
formalmente de la pintura. El primero fue Un
país por nacer (II Bienal Nacional de Lima, 2000), sobrecogedora
instalación que recoge con escasos elementos los restos “crionizados” de manera
precaria, en frascos de vidrio y cajas de cartón, de aquellas posibles semillas
democráticas o proyectos de país que culminaron abortados a lo largo de nuestra
historia.
El
segundo proyecto, El azar como destino, se dio con motivo de la edición
iberoamericana (y ultima del evento) del 2002. Esta recordada instalación
nuevamente ironizaba acerca de las escasas posibilidades democráticas de una
nación cuya reiterada estrategia consiste en lanzar monedas al aire al momento
de elegir a sus gobernantes. Diez años después la estrategia no ha variado y
ante la ausencia crónica de opciones la vieja usanza parece seguir siendo el
recurso general.
Comento
ambas instalaciones pues significaron momentos de exploración fuera del campo
pictórico en la obra de Letts, pero que de ninguna manera se alejan de los
temas que forman parte de sus intereses artísticos.
Desde
sus proyectos pictóricos tempranos, Letts ha conformado una iconografía
personal basada en dos personajes anónimos que representan los principios
masculino y femenino en constante diálogo con diversos paisajes y elementos,
tejiendo entre sí múltiples alegorías de la condición humana. No son ajenos a
los pequeños dramas de lo doméstico ni a los grandes avatares de la política;
sin embargo, en sus telas y soportes de madera todos, sin diferenciación, se
ven siempre enfrentados a la alteración de sus propias dimensiones. Seres tan
pequeños y frágiles que se balancean en una cuerda sostenida por dos semejantes
enormes (El pacto, 2008) o tan
grandes que sostienen en sus manos varias extensiones de sí mismos (Árbol genealógico, 2004) pueblan este
imaginario cargado de ironías, sutilezas, humor y aguda observación.
Este
juego de alteraciones (y alteridades) se reitera también en los objetos que
enmarcan el accionar de los personajes: sillas, camas, bancas, estructuras
laberínticas, animales, seres fantásticos, jardines, espacios acuáticos, bosques,
cuerdas, esbozos de banderas, el aire, el vacío, sostienen y definen las
narraciones detenidas de estos personajes.
Situaciones
de descanso, de introspección, de movimiento, de riesgo, conviven en una
amalgama de eventos yuxtapuestos que suelen confundirse, en algunos casos, con
imágenes surrealistas y oníricas. Sin embargo, estas escenas van un poco más
allá de la anécdota tratando de erigirse como construcciones simbólicas que
buscan ser leídas sin complicaciones argumentales y enriquecerse a sí mismas
con el sinfín de lecturas que de ellas puedan desprenderse.
La
pintura de Letts se afianza potentemente en su notable dibujo, magistral en su
sencillez y capacidad expresiva; encontrando en el uso sobrio del color la
atmósfera más adecuada que le permite desplegar sin falsos aderezos cada
elemento.
Sus
recientes exposiciones individuales, Mortales
(2004) y Los equilibristas (2008),
ambas presentadas en la galería Lucía de la Puente, conformaron de alguna
manera un ciclo de reflexión en torno a la muerte y a la precariedad de la
existencia, entendida la primera no como un evento funesto sino más bien como
una comprobación de nuestra estadía pasajera en el mundo. La presencia de
personajes fecundados señala la innegable ligazón existente entre ambos umbrales,
por lo que al ser la muerte inevitable
se impone la necesidad de vivir en armonía con la certeza de su llegada.
En el
siguiente proyecto, la indagación giró en torno a la presencia de frágiles
equilibrios entre los cuales la vida debe discurrir. Sostenidos de cuerdas,
zancos, ramas, e incluso plácidas hamacas, los personajes deben balancearse
continuamente para alcanzar sus metas o simplemente para no desmoronarse.
La
nueva serie de obras que Luz Letts tiene en preparación para ser exhibidas en
el mes de julio de este año nos coloca una vez más ante un arco narrativo que
podría situarse conceptualmente muy al lado de los precedentes. En ellas se
mantiene la sensación de precario equilibrio, pero somete a los personajes a un
nuevo reto al colocarlos de cabeza. La perspectiva al revés, como toda
perspectiva alterada, modifica nuestra mirada y dota de nuevos horizontes
aquello que se da por sentado. Pero también nos remite a la condición posmoderna
de la velocidad, a la importancia de lo banal, al imperio de la
superficialidad, a la inmediatez que pone en riesgo el futuro y extingue
poblaciones, especies y recursos. Sin embargo, en medio de toda aquella insania
el ser humano prevalece y, afirma la artista, esto es posible gracias a las
pequeñas cosas, a las cotidianeidades mínimas que ejercen un momento liberador
de plenitud. Esas pequeñas acciones a
las que no se debería descuidar, pues son las que evitan que nuestra vida gire
irremediablemente al revés todo el tiempo.
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